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LOS OJOS MÁGICOS

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“Hay un solo remedio para tu corazón lastimado 
–dijo el ángel-, son los ojos mágicos”.

Lewis Smedes (2002), introduce su libro Perdonar y olvidar con una hermosa alegoría que nos servimos sintetizar. La misma describe admirable mente uno de los significados más relevantes del perdón. Dice así:

“En la aldea de Faken, en lo más recóndito de Friesland, vivía un panadero alto y delgado llamado Fouke. Era un hombre recto, de barbilla y nariz largas y delgadas, que trasmitía una rígida severidad, por lo que la gente de Faken prefería mantenerse alejada de él. La esposa de Fouke, Hilda, era pequeña y redonda, sus brazos eran redondos, su vientre era redondo, sus caderas eran redondas. La suave redondez de Hilda y su afabilidad parecía invitar a todos a que se acercaran para compartir la calidez de su corazón abierto. 

Hilda respetaba a su virtuoso esposo y lo amaba también en la medida en que él se lo permitía; pero su corazón anhelaba de él algo más que su valiosa rectitud. Y ahí, en el lecho de su necesidad, yacía la semilla de su tristeza.

Una mañana, habiendo trabajado desde el amanecer, amasando la pasta para los hornos, Fouke llegó temprano a casa y encontró a un extraño en su recámara, recostado sobre la cadera redonda de Hilda. El adulterio de Hilda pronto se convirtió en la conversación de la taberna y en el escándalo de la congregación de Faken. Todo el mundo supuso que Fouke echaría a Hilda de su casa, ya que era tan recto. Pero sorprendió a todos al mantenerla como esposa, diciendo que la perdonaba como la Biblia decía que debía hacerse. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, Fouke no podía perdonar la traición de Hilda. Cada vez que pensaba en ella, sus sentimientos eran de rabia y dureza; la despreciaba como si fuera una prostituta.

Fouke sólo fingió perdonar a Hilda para poder castigarla con el peso de su recta misericordia. Pero la falsedad no tiene lugar en el cielo. Así que cada vez que Fouke sentía su odio secreto, un ángel llegaba hasta él y de¬jaba caer una piedrita en su corazón. Cada vez que una piedra caía, Fouke sentía un dolor tan agudo como el que sintió cuando encontró a Hilda alimentando su hambriento corazón a expensas de un extraño. Por lo tanto, la odió más; su odio le trajo dolor y su dolor nuevos odios.

Las piedrecillas se multiplicaron y el corazón de Fouke creció por el peso; tan pesado se hizo que la parte superior de su cuerpo se dobló, y para poder ver para adelante debía forzar el cuello. Abrumado por el dolor, Fouke quería morir.

Una noche, el ángel que dejó caer las piedras en su corazón llegó hasta él y le comunicó que su dolor sería curado.

― Hay un solo remedio para tu corazón lastimado –dijo el ángel-, son los ojos mágicos. 

El ángel le explicó: 

― Necesitas ojos mágicos para ver a Hilda no como quien te traicionó sino como una mujer débil que te necesitaba. Sólo una nueva manera de verla a través de los ojos mágicos puede sanar el dolor que fluye de las heridas del pasado.

Fouke protestó: 
― Nada puede cambiar el pasado –dijo-. Hilda es culpable, eso ni siquiera un ángel puede cambiarlo.

― Sí, hombre dolorido, tienes razón –respondió el ángel-. Tú no puedes cambiar el pasado, sólo puedes curar el dolor que te llega de él. Y sólo puedes sanarlo a través de la visión de los ojos mágicos.

― ¿Y cómo puedo conseguir los ojos mágicos? –refunfuñó Fouke. 
― Sólo pídelos con ansias y te serán otorgados. Y cada vez que veas a Hilda a través de tus nuevos ojos, una piedra será removida de tu corazón agobiado.

Fouke no pudo hacer su petición inmediatamente, pues había aprendido a amar su odio. Pero el dolor de su corazón abrumado finalmente lo condujo a desear los ojos mágicos que el ángel le había prometido. Así es que pidió y el ángel otorgó.

Pronto Hilda comenzó a cambiar ante los ojos de Fouke maravillosa y misteriosamente. Él empezó a verla como una mujer necesitada que lo amaba, en lugar de la mujer vil que lo había traicionado. El ángel cumplió su promesa, empezó a remover las piedrecillas del corazón de Fouke, una por una, por lo que se tardó bastante en removerlas todas. Fouke sintió gra-dualmente que su corazón se aligeraba, empezó a caminar erguido nueva-mente, y, de alguna manera, su nariz y su barbilla dejaron de ser tan delga-das y agudas. Invitó a Hilda a entrar en su corazón nuevamente –lo que ella hizo- y juntos empezaron un viaje hacia una segunda etapa de felicidad”.

*Dr. Mario Pereyra

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